“La Sepultura de Cristo” - Sisto Badalocchio. 1610 d.C. Actualmente en la Galería Borghese, Roma, Italia.
- "'Concédenos Señor, mientras practicamos estos ejercicios de Cuaresma, la gracia de comprender cada vez más el misterio de Cristo y de reproducir en la santidad de nuestra vida las disposiciones de su alma' ("Sacramentarium Gelasianum" del siglo V). Entendemos que si queremos 'llegar a la resurrección de entre los muertos' (Filipenses 3:11), antes tenemos que entregarnos con plena voluntad para hacernos semejantes a ÉL en su muerte (Filipenses 3:10)".
Marcos 15:42-47.
Antes de morir, Jesús hizo un último esfuerzo, levantó fuerte la voz clamando: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46). Rendición total al Padre.
Fue el final…
¿O el principio? ¡Este es el gran dilema!
Jesús es puesto en una tumba, los suyos lo lloran, lo lamentan, entran en absoluta crisis. Pero en medio de la desolación, en el pasaje aparece un pequeño haz de luz: José de Arimatea hace todo lo necesario para poder sepultar a Jesús dignamente, y el versículo 43 explica que él “esperaba el reino de Dios”.
Todos abrigaban la expectativa de que Jesús estableciera su reino entrando en Jerusalén y venciendo a Roma milagrosamente. Que no lo hiciera trajo incredulidad aún entre sus discípulos más cercanos (Lucas 24:8-11). Jesús no sigue el plan de los hombres sino el de su Padre, se entrega mansamente a la muerte, clamando al Padre. Pero, ¿cómo va a establecer el reino si está muriendo? Bueno, su Padre es capaz aún de resucitarlo de entre los muertos si es necesario.
Era el final. Pero en realidad fue el principio de la gran victoria del reino de Dios.
Los instrumentos del reino de Dios en este mundo no hacen según sus planes y su tiempo, sino que son instrumentos que Dios utiliza la mayoría de las veces en forma y tiempo completamente inesperados. Cuando estamos entregados viva y esforzadamente a la voluntad del Padre, confiados en total rendición, veamos lo que veamos, Dios está desarrollando su plan usándonos como instrumentos de su reino en Cristo. Y de esta manera, claramente, nuestros pasos siguen a Jesús de forma cercana.
El Padre resucitó a Jesús a los tres días, y en lo que parecía el final más frustrante, Dios trajo la más absoluta y suficiente victoria para el Reino de los cielos.
Un Dios que puedes manejar para que se cumpla lo que tú llamas bueno y necesario, no es el Dios que se reveló en su Hijo. Cuando quieres controlarlo, simplemente lo pierdes.
Ora: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Todo se saldrá de tu control. Pero Dios mostrará su poder y gloria.
Abre tus manos, recibe los clavos, y antes de expirar clama a viva voz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. No hay otra manera de seguir a Jesús.