“Quadragesima” (latín), *”Cuaresma”* en castellano, o “Lent” como se lo llama en inglés en las Iglesias Anglicanas, Luteranas, Presbiterianas, Metodistas y muchas Bautistas, data desde el siglo IV en el primer Concilio de Nicea (325 d.C.), cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y la oración.
Al principio hubo discusiones sobre si se debía ayunar un día en este período, 15 días o si 40 días. Hasta que en el año 331 d.C. Atanasio exhorta en sus “Cartas Festales” al ayuno en toda la Cuaresma. Y así se hizo por muchos siglos. Si quieres ayunar en este tiempo,
puedes aprender más sobre el ayuno de Cuaresma
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Los que estamos bautizados nos preparamos fuertemente para la renovación de nuestra consagración bautismal. Y los que no están bautizados para recibir el bautismo en el “Domingo de Resurrección”.
Es tiempo de reflexión, contemplación, humillación, arrepentimiento, confesión, conversión, santificación, ayuno, oración, perdón, entrega, devoción y caridad.
La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, buscando ser más como ÉL, y amarle más. 1 Juan 2:6 nos exhorta: “El que dice que permanece en ÉL, debe andar como ÉL anduvo”.
La Cuaresma dura 40 días. Comienza el “Miércoles de Ceniza” en el que ayunamos, y termina el Domingo de Ramos, el cual a su vez inaugura la Semana Santa. Nosotros, en el primer período de 30 días, desarrollamos tiempos devocionales a la mañana en los que oramos un pasaje específico de un Salmo, y luego leemos una porción del evangelio. Una vez terminado este primer período, en las 2 semanas llamadas “El Tiempo de Pasión” (refleja el tercer año del ministerio del Señor y los últimos sucesos de su vida terrenal), hasta el “Domingo de Resurrección”.
En las
“Estaciones de la Cruz”
(hasta el Domingo de Resurrección) somos invitados a la imitación de Jesús para poder seguirle. Lo miramos a ÉL cada mañana para saber cómo debemos ser nosotros.
Pero no solo eso. Como en la Cuaresma, nuestro foco de atención también está puesto en admirar a Jesús, nos entregarnos para ser conquistados por su amor inigualable, incomprensible, sin medida, fuera de toda lógica.
Agustín de Hipona escribió: “Señor y Dios mío, todo lo que veo sobre la tierra y por encima de ella, todo me habla y me exhorta a amarte, porque todo me dice que ha sido creado por el *amor* que me tienes”.
Si todo lo que vemos en la creación debería llenarnos de amor y admiración por nuestro Dios, ¿cuanto más el acto directo de amor supremo cuando se dio a nosotros enteramente en la Semana Santa?
Por esto el apóstol Pablo escribió: “el amor de Cristo nos impulsa” (2 Corintios 5:14 - RV2015).
Una vez que llegamos al Domingo de Resurrección disfrutamos de la celebración más gozosa del año.
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