La Iglesia local

Catecismo


16- LA IGLESIA LOCAL  

Como ya reflejó el punto 15 del Catecismo, el "Credo de los Apóstoles" dice:

"Creo en la santa Iglesia Católica,

la comunión de los santos".

Y el Credo Niceno agrega:

"Creo en la Iglesia,

que es una, santa,

católica, y apostólica".


72- El cuerpo de Cristo

La “Iglesia santa, católica y apostólica” (ver el punto 15 del Catecismo para entender esta definición) tiene un aspecto general que se traduce de forma específica en congregaciones locales en todo el mundo. 

La Iglesia local es una representación de la “Iglesia católica” o global. Por lo que todo lo que se dice acerca de la “Iglesia global” se dice también de la Iglesia local. “La Iglesia se presenta bajo la forma de congregaciones locales, cada una de ellas llamada a realizar el papel de constituir un microcosmos (una muestra representativa en pequeña escala) de la Iglesia en su conjunto” (J.I. Packer - “Teología Concisa”).


El Nuevo Testamento habla de dos maneras de la Iglesia:

1- La Iglesia como conjunto total de aquellos redimidos en Cristo de toda época y lugar (Efesios 1:22; 5:24).

2- Conjuntos específicos de personas que se reúnen en nombre de Jesús en un lugar específico (Mateo 18:20; Romanos 16:5; 1 Corintios 1:2; 1 Corintios 16:1,19; Gálatas 1:2; Colosenses 4:15; 1 Tesalonicenses 1:1; Filemón 1:2).

A esto se refería Juan Crisóstomo, pastor de Constantinopla, hablando en el siglo IV acerca de la Iglesia local como “la Iglesia que está extendida por doquier que conforma el cuerpo constituido por todas las Iglesias” (“Homilías sobre 1 Cor.” 32.1).


Es en la Iglesia local donde, según Hipólito, pastor de Roma a principios del siglo III, “florece el Espíritu” (“Traditio Apostolica”. 35).

Es en la vida de la Iglesia local donde se ve claramente la imagen que las Escrituras presentan de la Iglesia al hablar de un cuerpo, “el cuerpo de Cristo” (1 Corintios 12:27). “Pablo usa la figura del cuerpo para describir la interdependencia de los cristianos como miembros de Cristo y los unos de los otros” (Edmund Clowney - “Nuevo Diccionario de Teología”).

Es a estas "Iglesias locales” a las que se refiere Hechos 9:31 cuando dice: “las Iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria”, en tanto que Hechos 16:5 relata que “las Iglesias eran confirmadas en la fe” y 1 Corintios 14:33 cuenta de “todas las Iglesias de los santos".

Cierta Iglesia local específica es en la que se congregaron Pablo y Bernabé: “y se congregaron allí todo un año con la Iglesia” (Hechos 11:26). Y a cierta Iglesia específica es con la que ciertas personas “no se atrevían a juntarse” (Hechos 5:13).

1 Corintios 14:23 habla de la iglesia local cuando afirma que “toda la Iglesia se reúne en un solo lugar”. Esto es porque los cristianos se "reúnen como Iglesia” (1 Corintios 11:18).

Es en cada Iglesia local donde deben constituirse pastores, siguiendo el ejemplo de Hechos 14:23: “y constituyeron ancianos en cada Iglesia”.

Es en la Iglesia local donde debe ejercerse la disciplina en caso de pecado sin arrepentimiento (Mateo 18:17), dejando “fuera” al que "llamándose hermano” no desiste de su pecado (1 Corintios 5:11,12), para que luego de enfrentar de esta manera un proceso de disciplina, si hubiere arrepentimiento, se lo reciba nuevamente con perdón y amor en la congregación (2 Corintios 2:5-11).

Es en la Iglesia local donde el liderazgo puede proteger, alimentar, perfeccionar, edificar, exhortar, alentar y enseñar a los creyentes (Hebreos 13:7,17; Efesios 4:12; Hechos 20:28; 1 Timoteo 4:13; 1 Pedro 5:2,3), cumplir el mandato fundamental de Jesús de hacer discípulos (Mateo 28:18-20), y preparar a otros para el ministerio (2 Timoteo 2:2; Efesios 4:12). Siendo “necesario oír y recibir por boca de los pastores con temor y reverencia la doctrina del Señor. De tal manera que el que los menosprecia, y no los quiere oír, menosprecia a Jesucristo y se aparta de la compañía de los fieles” (Juan Calvino - “Catecismo”), llamándosenos en Hebreos 13:17 a “obedecer a nuestros pastores, y sujetarnos a ellos”, diciendo Jesús con toda claridad que el que recibe a quien ÉL comisionó recibe su reino, y quien no lo escucha lo está rechazando a ÉL mismo (Lucas 10:3-16; Mateo 10:40-42). Esto lo confirman esto otros pasajes del Nuevo Testamento: Filipenses 2:29,30; 1 Corintios 16:17,18; Gálatas 6:6,7; 1 Tesalonicenses 5:12,13; 1 Timoteo 5:17.

Es en la Iglesia local donde ponemos en práctica de forma específica todos los mandamientos bíblicos concernientes a las relaciones fraternales y a la “comunión unos con otros” (Hechos 2:42; Juan 13:14; Romanos 12:15; Gálatas 6:2; Colosenses 3:13,16; 1 Tesalonicenses 5:11-14; Hebreos 10:24,25; Santiago 5:14,16; 1 Pedro 3:8). Es en la Iglesia local donde bautizamos como nos mandó el Señor (Mateo 28:18-20), y donde participamos de la Santa Comunión obedeciendo el mandato de Jesús (1 Corintios 11:23-26), y somos bendecidos a través de los otros sacramentos (punto 17 del Catecismo).

Es en la Iglesia local donde los creyentes ejercen sus dones para beneficio de otros miembros del cuerpo (1 Corintios 12:4-30; Romanos 12:4-8).


Así, no solo “nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia que ÉL asumió” (Gregorio Magno - “Moralia in Job”, Praefatio 6, 14), sino que donde la Iglesia local está congregada en nombre de Jesús, ÉL está "en medio de ellos" (Mateo 18:20).


73- Sacrificada conformidad

Por todo esto entendemos que el cristianismo se vive en una relación inquebrantable, comprometida, sacrificada y en el más completo y puro amor dentro de la Iglesia local en la que cada creyente en Cristo fue colocado por el Espíritu Santo mismo (1 Corintios 12:18).

La Iglesia no es un grupo de profesionales pagos que producen un evento de domingo para que fieles espectadores lo vean cómodamente. Aunque tristemente este es el modelo de muchas congregaciones, que ha degenerado de “somos la Iglesia” a “¿Qué tiene esta congregación para ofrecerme?”. Ingresaron a la Iglesia bajo el ofrecimiento de la mejor oferta, y ahora simplemente siguen buscando la mejor relación de precio/calidad pasando de una congregación a otra. 

Tristemente en muchos casos la congregación a la que se asiste es aquella donde la persona se siente mejor servida e importante (Lucas 22:27), y a la vez donde a nadie se le ocurre corregirla y guiarla al señorío de Cristo (Tito 1:16; Judas 8-11). Una Iglesia donde no se pida nada ni sea necesario comprometerse a nada, sin requisitos de entrada ni requisitos de permanencia.

 

Nada de esto refleja a la Iglesia de Jesucristo sino a la sociedad actual con su individualismo, comodidad, egocentrismo y falta de compromiso.

Dios no hizo el cristianismo para que cada uno lo viva a su manera. Dios hizo el cristianismo para vivirlo en comunidad y como pueblo de Dios. Tan estrecho es el vínculo entre los miembros de la comunidad que lo que afecta a uno afecta necesariamente a todos (1 Corintios 12:26). Donde “la tarea del amor no es la división, sino el esfuerzo constante hacia la unidad” (Teodoreto de Ciro - “Carta Hebreos”. 10).

A esto el Nuevo Testamento le llama “comunión” (Filipenses 1:5-7), y el "Credo de los Apóstoles" lo describe como “la comunión de los santos". Aunque en la actualidad “en el uso común, el término ‘comunión’ ha perdido buena parte de su valor. Si uno asiste a la reunión de la Iglesia, y se marcha tan pronto termina, ha participado en un servicio; si se queda para tomar algo después, habrá disfrutado de cierta comunión. Por tanto, en el uso actual, la comunión ha llegado a significar algo así como una cálida amistad entre creyentes. Sin embargo, en el siglo I la verdadera comunión era la sacrificada conformidad a una visión común” (Donald Carson - “Cuestiones básicas”).


Así la Iglesia aquí en la tierra se reúne en congregaciones locales para adorar en Palabra y Sacramento, para servir a Dios conforme con las Escrituras (Colosenses 3:16) y llenos del Espíritu Santo (Efesios 5:18), y para proclamar el Evangelio (Marcos 16:15), bajo el liderazgo de aquellos a quienes nombra Dios para este propósito (Hechos 20:28), en “comunión unos con otros” (Hechos 2:42), “solícitos en guardar la unidad” (Efesios 4:3).

Es de esta forma local “como el cuerpo de Cristo es la extensión de su ministerio” (Millard Erickson - “Teología Sistemática”), siendo llamados a cumplir el ministerio de Jesús (Juan 20:21), en el mismo poder que capacitó a Jesús (Hechos 10:38; Hechos 1:8; Juan 14:12), con el mismo mensaje de Jesús (Mateo 28:18-20).


Así Dios utiliza la Iglesia local en la que ÉL nos colocó para que se manifieste la fe verdadera (Mateo 18:7; Lucas 8:13; 1 Pedro 1:7), hacer madurar esa fe en cada uno de sus hijos en Cristo (Efesios 4:1-3; 4:11-16; Hebreos 12:7-11) y vivamos la fe (Juan 13:34,35).

Nuestro compromiso principal en todo esto es con el Creador de la Iglesia y quien nos colocó en una Iglesia local particular, y nos dice: ”Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos como algunos tienen por costumbre” (Hebreos 10:24,25).

Creemos en Jesús por lo tanto creemos que ÉL edificó y sigue edificando su Iglesia (Mateo 16:18), y esto tiene resultados concretos en la Iglesia local. Creemos en la vida de la Iglesia local porque creemos en Jesús.

Al creer en Jesús le obedecemos, por tanto vivimos una vida comprometida con la Iglesia local porque creemos en Jesús.


74- La iglesia local y el dinero

La Iglesia local es sostenida principalmente por el dar voluntario de los que la conforman.


Bajo el Antiguo Pacto, la práctica de “diezmar” obligatoriamente todo lo que se posee constituía una forma tributaria de Israel, con el fin de sostenerse económicamente como nación.

Esto incluía 3 “diezmos” (Número 18:25-30; Deuteronomio 12:10,11,17,18; 14:28,29), junto con un impuesto sobre la participación en las utilidades (Levítico 19:9,10). Todo esto sumaba más del 25% en impuesto anual sobre la renta para el gobierno teocrático de Israel.

Ahora, el creyente, continúa pagando sus impuestos en la nación en la que vive (Romanos 13:7) según es requerido por cada país.


Aparte de todo esto, el pueblo de Israel realizaba ofrendas voluntarias bajo la ley mosaica (Números 18:12; Exodo 35:4-8,20-29; 36:5,6), en la que cada uno daba "según Jehová (los hubiera) bendecido” (Deuteronomio 16:10), esto era diferente a aquellas ofrendas por el pecado (Levítico 4) las cuales eran obligatorias (siendo tipo del sacrificio de Cristo - Hebreos 9).


En la era de la Iglesia neotestamentaria, no encontramos un porcentaje específico que el creyente debe dar.

La única referencia que vemos acerca del "diezmo" en el Nuevo Testamento, es el momento en que Jesús explica que “esto era necesario hacer” sin dejar “la justicia, la misericordia y la fe” (Mateo 23:23) y cuando Hebreos 7:4-9 hace un recuento histórico y luego se refiere a Israel aún como nación.


Esto no significa en absoluto que la era de gracia le dé menor importancia a qué hacemos con el dinero que poseemos.

En el Nuevo Testamento encontramos un sistema similar a las ofrendas voluntarias del pueblo de Israel, el cual 1 Corintios 16:1,2 nos muestra que era llevado a cabo los domingos, en el que el creyente “pone aparte" una porción de su dinero, no por obligación sino motivado en cantidad y apremio por una buena actitud del corazón (2 Corintios 9:7), no estando limitados a una cierta cantidad o proporción especificada, sino teniendo total libertad para “dar según haya prosperado” (1 Corintios 16:2). Esto debe ser motivado por una decisión responsable y seria, y no por el emocionalismo momentáneo.

Aconsejamos, a modo práctico, que cada creyente, como administrador de lo que Dios le confió (Lucas 12:42; Deuteronomio 8:18), “proponga en su corazón” (2 Corintios 9:6-11) un porcentaje específico de sus ganancias para comprometerse en forma privada delante de Dios (2 Corintios 8:11) y así destinarlo cada mes a la Iglesia.


No se trata de que el 10% de nuestro dinero es de Dios. Sino que el 100% de nuestro dinero es del Señor. EL nos lo dio (2 Corintios 9:8,11; 1 Crónicas 29:11,12) como mayordomos.

Cuando pagamos nuestras responsabilidades tributarias o suplimos las necesidades de nuestros hijos, por ejemplo, estamos administrando correctamente lo que Dios nos confió (1 Timoteo 5:8; Romanos 13:1-7).

De la misma manera cuando somos “dadivosos” (1 Timoteo 6:18) y “sembramos generosamente” (2 Corintios 9:6; Efesios 4:28) viviendo la vida de Iglesia de forma comprometida (Gálatas 6:6; 1 Corintios 9:6-14; Filipenses 2:25-30; 4:10-20).

Todo esto es “honrar al Señor con nuestros bienes” (Proverbios 3:9,10), y según 2 Corintios 8:1,6,7 es Dios quien da la “gracia” al creyente para poder participar en este “privilegio” (2 Corintios 8:4) de “amor” (2 Corintios 8:24) que le glorifica a EL (2 Corintios 9:12-15).

Dios promete bendecir al “dador alegre” (2 Corintios 9:6-11; Mateo 19:21; 25:34-40; Filipenses 4:19; 1 Timoteo 5:17-19).


Es una consecuencia normal e ineludible que el cristiano que ama la obra de Dios y a sus hermanos, dé de su dinero (Lucas 19:1-9).

Si una persona no usa su dinero para servir a Dios, lo cual es lo mínimo, ¿cómo podrá hacerlo con el resto de su vida? (Lucas 16:1-13).


Es altamente reprobable delante de Dios que alguien utilice esto para su propio enriquecimiento o mal uso (2 Pedro 2:3; 1 Pedro 5:2; 1 Timoteo 6:5-11; Tito 1:7).

El dinero que la Iglesia local reúne debe usarse fielmente para los gastos generales, el sustento de los pastores que trabajan de tiempo completo en la obra de Dios (1 Timoteo 5:17,18; Gálatas 6:6; 1 Corintios 9:6-14), el sostenimiento de viudas carecientes no menores de 60 años con un testimonio claramente piadoso de servicio a los santos y buenas obras (1 Timoteo 5:3-16), para “hacer bien” a la “familia de la fe” que esté atravesando necesidades (Gálatas 6:10) y para apoyar materialmente al trabajo misionero (Filipenses 4:10-20).






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