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Jesús muere en la cruz

Missio • 26 de marzo de 2021
Gustavo Doré. 1880 d.C.

  • "'Concédenos Señor, mientras practicamos estos ejercicios de Cuaresma, la gracia de comprender cada vez más el misterio de Cristo y de reproducir en la santidad de nuestra vida las disposiciones de su alma' ("Sacramentarium Gelasianum" del siglo V)Entendemos que si queremos 'llegar a la resurrección de entre los muertos' (Filipenses 3:11), antes tenemos que entregarnos con plena voluntad para hacernos semejantes a ÉL en su muerte (Filipenses 3:10)". 

Mateo 27:45-54.

A lo largo de los siglos, el cristiano, para no sufrir martirio, solo tiene que negar a Jesús. Así salva momentáneamente su vida en este mundo. Pero Jesús advirtió las consecuencias de esto: “el que me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios” (Lucas 12:9).
Por esto el Señor nos dijo que debemos practicar otra negación, la negación de nosotros mismos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo… todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:23,24). De esta manera recibamos la exhortación del apóstol Pedro en Pentecostés: "Sed salvos de esta perversa generación" (Hechos 2:40).

Jesús encarnó de forma total todo esto en la cruz. ÉL no negó quien era y es, ni negó la verdad, sino que se negó a sí mismo toda búsqueda de este mundo, todo bienestar, comodidad, seguridad o gloria que este mundo da. Jesús se negó en ese sentido a sí mismo, tomó su cruz y perdió su vida entregándose a la muerte obedientemente (Filipenses 2:8). Y en ese momento los que le crucificaron vieron su gloria en el sol oscurecido (Mateo 27:45), el temblor de la tierra y las rocas partiéndose (Mateo 27:51), y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:54), y la gente “viendo el espectáculo se volvía golpeándose el pecho” (Lucas 23:48). Y al tercer día el Padre lo resucitó a la verdadera vida y lo exaltó hasta lo sumo (Efesios 1:20-23; Filipenses 2:9). La cruz es la señal de que Dios manifiesta su gloria prescindiendo por completo de la gloria de este mundo.
No somos invitados al sufrimiento por el gusto de una vida de derrota, fracaso y dolor. Sino que al “tomar la cruz cada día” instantáneamente nos acercamos a Jesús, le seguimos, le experimentamos (Lucas 9:23). Al “perder nuestra vida, la hallamos” (Mateo 10:39) ya en el presente diario, pero mucho más infinita y completamente cuando dejamos este cuerpo (Filipenses 1:21-23). Cuando en cada situación nos clavamos en la cruz, amando que al morir es que vivimos, que al perder es que hallamos, que alejarnos del mundo es acercarnos en dulce comunión con nuestro Dios, que así es como se manifiesta su poder y gloria a través nuestro; ahí, en ese trazo del camino, estamos siguiendo a Jesús.

"Fuente de pureza, Señor misericordioso
guárdanos por medio del ayuno;
míranos postrados a tus pies.

Ilumíname oh Cristo, tú que suspendido en la cruz
oscureciste la luz del sol
e hiciste brillar sobre tus fieles la luz del perdón.

Camine yo a la luz de tus preceptos
y llegue purificado
a los esplendores de la Resurrección.

Concédeme ahora poder para ayunar
de los placeres mundanos,
tú, que eres bueno y misericordioso".

(Himno antiguo del Triodión, originalmente en griego).
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En el mes de noviembre celebramos el evangelio del reino de Dios. Desde el 2 de noviembre hasta el día de la Celebración del Reino de Cristo (el domingo anterior al comienzo de Adviento). Tenemos por delante días de celebración donde Dios quiere hablarnos y revolucionar nuestras vidas e Iglesias. Como escribió Darrel Bock: "Nada lleva más al estancamiento que una institución olvide para que existe". Si como Iglesia perdemos de vista, confundimos o traicionamos para qué existimos, solo nos espera el fracaso total. ¡El evangelio del reino de Dios es esencial a nuestra existencia!
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Estamos en tiempo de Cuaresma . “Quadragesima” (latín), *”Cuaresma”* en castellano, o “Lent” como se lo llama en inglés en las Iglesias Anglicanas, Luteranas, Presbiterianas, Metodistas y muchas Bautistas, data desde el siglo IV en el primer Concilio de Nicea (325 d.C.), cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y la oración. Al principio hubo discusiones sobre si se debía ayunar un día en este período, 15 días o si 40 días. Hasta que en el año 331 d.C. Atanasio exhorta en sus “Cartas Festales” al ayuno en toda la Cuaresma. Y así se hizo por muchos siglos. Si quieres ayunar en este tiempo, puedes aprender más sobre el ayuno de Cuaresma AQUÍ . Los que estamos bautizados nos preparamos fuertemente para la renovación de nuestra consagración bautismal. Y los que no están bautizados para recibir el bautismo en el “Domingo de Resurrección”. Es tiempo de reflexión, contemplación, humillación, arrepentimiento, confesión, conversión, santificación, ayuno, oración, perdón, entrega, devoción y caridad. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, buscando ser más como ÉL, y amarle más. 1 Juan 2:6 nos exhorta: “El que dice que permanece en ÉL, debe andar como ÉL anduvo”. La Cuaresma dura 40 días. Comienza el “Miércoles de Ceniza” en el que ayunamos, y termina el Domingo de Ramos, el cual a su vez inaugura la Semana Santa. Nosotros, en el primer período de 30 días, desarrollamos tiempos devocionales a la mañana en los que oramos un pasaje específico de un Salmo, y luego leemos una porción del evangelio. Una vez terminado este primer período, en las 2 semanas llamadas “El Tiempo de Pasión” (refleja el tercer año del ministerio del Señor y los últimos sucesos de su vida terrenal), hasta el “Domingo de Resurrección”. En las “Estaciones de la Cruz” (hasta el Domingo de Resurrección) somos invitados a la imitación de Jesús para poder seguirle. Lo miramos a ÉL cada mañana para saber cómo debemos ser nosotros. Pero no solo eso. Como en la Cuaresma, nuestro foco de atención también está puesto en admirar a Jesús, nos entregarnos para ser conquistados por su amor inigualable, incomprensible, sin medida, fuera de toda lógica. Agustín de Hipona escribió: “Señor y Dios mío, todo lo que veo sobre la tierra y por encima de ella, todo me habla y me exhorta a amarte, porque todo me dice que ha sido creado por el *amor* que me tienes”. Si todo lo que vemos en la creación debería llenarnos de amor y admiración por nuestro Dios, ¿cuanto más el acto directo de amor supremo cuando se dio a nosotros enteramente en la Semana Santa? Por esto el apóstol Pablo escribió: “el amor de Cristo nos impulsa” (2 Corintios 5:14 - RV2015). Una vez que llegamos al Domingo de Resurrección disfrutamos de la celebración más gozosa del año. Puedes escuchar nuestros sermones de este tiempo AQUÍ .
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