Un Sacramento es un acto sagrado y solemne generalmente necesario para la salvación, instituido por Cristo, por el cual Dios, por ministerio del hombre, da los dones celestiales, bajo un elemento visible y externo que se vuelve el vehículo del Espíritu Santo a los que creen, señal y sello de las promesas del evangelio.
Encontramos en 1 Corintios 11:23-26 que el apóstol Pablo le escribió a la Iglesia en la ciudad de Corinto acerca del mandato de Jesús acerca de la celebración de la Comunión:
“23 Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan;
24 y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.
25 Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.
26 Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”.
Este pasaje no solo nos enseña el centro principal de la Comunión y cómo celebrarla (también en Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:19,20), sino que también este pasaje de 1 Corintios 11 le entrega a la Iglesia el mandato de Jesús de hacer exactamente eso mismo en memoria de ÉL, y llama a cada cristiano a participar en obediencia asiduamente de este mandato. Esta celebración fue instituida por el Señor mismo. Pablo repite las palabras de Jesús que nos dice: “haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Así en Hechos 2 encontramos que Pedro predica en la fiesta de Pentecostés en Jerusalén y como 3000 personas se añaden a la Iglesia. Hechos 2:42 nos dice que aquellas reuniones cristianas consistían en aprender la doctrina que los apóstoles habían recibido de Jesús, la relación profunda entre los hermanos, el “partimiento del pan” o Comunión, y las oraciones. Dice: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”.
Y 4 versículos después vuelve a hablar de la centralidad de la Comunión en sus reuniones.
Hechos 20:7 nos cuenta de una reunión en la que Pablo enseñó la Palabra, y nos dice: “El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba”.
La Iglesia se reunía alrededor del “partimiento del pan”, Cena del Señor o Comunión.
QUÉ ES LA COMUNIÓN
La "Comunión" (1 Corintios 10:16), "Cena del Señor" (1 Corintios 11:20) o "Partimiento del pan" (Hechos 2:42; 20:7), ocupa un lugar central en nuestro tiempo de adoración congregacional cada vez que nos reunimos, y es un acto en el que los creyentes tienen parte en el cuerpo y sangre de Cristo.
Jesús hablando de su cuerpo, dijo: "por vosotros es dado” (Lucas 22:19). Esto sucedió una sola vez y no existe necesidad de repetirse. La obra de Jesús en la cruz fue un solo sacrificio "una vez para siempre" (Hebreos 9:24-28). Pero la Comunión es el Memorial de esto, y una continua aplicación de ese sacrificio y sus beneficios.
1 Corintios 10:16:
"La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?".
La NTV traduce este versículo así: “Cuando bendecimos la copa en la Mesa del Señor, ¿no participamos en la sangre de Cristo? Y, cuando partimos el pan, ¿no participamos en el cuerpo de Cristo?”.
El apóstol Pablo, hablando de la Comunión, afirma que al participar de la copa se experimenta la “comunión de la sangre de Cristo”, así como al participar del “pan que partimos”, vivimos “la comunión del cuerpo de Cristo". De forma sacramental, es comunión con Alguien mediante la participación en algo.
Recordemos que, en palabras de Agustín de Hipona, se entiende “sacramento” como "una señal visible de algo sagrado, una forma visible de una gracia invisible" ("La Catequesis". XXVI. 50. y "Cartas". 105,III,12).
Así, sacramentalmente, la Cena del Señor es comunión con Alguien mediante la participación en algo.
El apóstol Pablo al hablar de "comunión", utiliza el vocablo griego "koinonía" que comprende una participación comprometida y sacrificada entre dos partes.
En esa Comunión, "Jesucristo se nos da verdaderamente bajo los signos del pan y del vino... a fin de que, siendo participes de su sustancia, sintamos también su virtud, comunicando con todos sus bienes” (Juan Calvino - "Institución". IV,XVII, 11).
Por lo que podemos decir que la Comunión no es primeramente algo humano hacia Dios, sino que primeramente es la repetición del momento en que, según Lucas 22:19, Jesús le dio pan a sus discípulos, y les dijo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado, haced esto en memoria de mí”. Nosotros vemos con nuestros ojos naturales al pastor que nos da pan, pero sacramentalmente es Jesús dándonos el pan, y diciéndonos “Comed, esto es mi cuerpo” (Mateo 26:26), y dándonos vino, diciéndonos: “Bebed, esto es mi sangre” (Mateo 26:27,28).
La Comunión es primeramente Jesús dándonos su cuerpo y su sangre a través del pastor que nos participa del pan y el vino.
PARTICIPAMOS DE LOS BENEFICIOS GANADOS EN LA CRUZ
Todo esto es mucho más que solo una señal. Participamos verdaderamente del cuerpo y la sangre de Cristo.
Y cuando digo esto no me refiero a que se produzca una “Transubstanciación" como inventó la Iglesia Romana en la que el pan y el vino cambian de sustancia.
El pan y el vino en el sentido material en ningún momento dejan de ser más que pan y vino. Pero sacramentalmente es en verdad el mismo cuerpo y sangre de Cristo. Repito las palabras de Agustín de Hipona: un Sacramento es "una señal visible de algo sagrado, una forma visible de una gracia invisible". Es comunión con Alguien mediante la participación en algo.
Todo esto trasciende un simple acto simbólico que recuerda algo que sucedió. El Memorial es mucho más que eso.
Cuando Jesús nos ordenó “haced esto en MEMORIA de mí”, estaba implicada la comprensión de la palabra “memorial” según Israel. El Antiguo Testamento tiene muchas expresiones que apelan a la memoria de Dios.
Tanto un hacerle recordar, como que Dios se acuerda de algo, o que Dios dice que le hagan recordar.
Así Dios le revela a Moisés, en el monte Sinaí, su carácter misericordioso, tardo para la ira, que perdona la iniquidad (Éxodo 34:6,7). Israel desobedece a Dios, y Dios le dice a Moisés que destruirá a esa generación, Moisés instantáneamente ora repitiendo con exactitud la revelación que ÉL le había dado de sí mismo en el monte Sinaí (Números 14:17,18). Moisés presenta entre Dios y su pueblo, un memorial de su carácter misericordioso, tardo para la ira, que perdona la iniquidad.
Israel sufriendo por los enemigos, le dice a Dios en el Salmo 74: “Acuérdate de esto: que el enemigo ha afrentado a Jehová... mira al Pacto” (Salmo 74:18-20).
En el Salmo 105:8, el salmista dice: “Se acordó para siempre de su pacto”.
El Salmo 106:45 dice de Dios: “Y se acordaba de su pacto con ellos”, y el Salmo 111:5: “Para siempre se acordará de su pacto”.
Dios le dice a su pueblo en Isaías 43:26: "Hazme recordar".
El salmista en el Salmo 119:49 le dice a Dios: "Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar".
Isaías le dice a Dios: "No te enojes sobremanera, Jehová, ni tengas perpetua memoria de la iniquidad; he aquí, mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros" (Isaías 64:9).
Jeremías intercede por su pueblo: "Por amor de tu nombre no nos deseches, ni deshonres tu glorioso trono; acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros" (Jeremías 14:21).
Nada de esto quiere decir en absoluto que Dios sufra alguna especie de mala memoria; sino que todo esto refleja un acto solemne de presentar como mediación entre Dios y su pueblo, o bien su carácter, alguna promesa o lo acordado en pacto.
Los discípulos de Jesús que participaron de aquella Santa Cena, entendieron, como buenos judíos, perfectamente el contexto de las palabras “Haced esto en memoria de mí”. Y así, a partir de la muerte y resurrección de Jesús, una vez comenzada la era de la Iglesia, repetían exactamente lo que había hecho Jesús en esa Pascua, y clamaban a Dios, presentaban en MEMORIA el cuerpo y la sangre de Cristo entre Dios y ellos, y recibían todo lo que necesitaban gracias a que Jesús había hecho suficiente por su sacrificio ese Memorial.
Así, el “hacer memoria” de esa Santa Cena, en cada participación, es una fuente inagotable. Allí están disponibles, para cada creyente, todas “las inescrutables riquezas de Cristo” (Efesios 3:8).
De la misma manera que cuando Israel sacrificaba animales en el templo de Jerusalén para obtener ciertos beneficios delante de Dios. Los sacrificios no eran nada sin el pacto, pero el sacrificio del animal al presentarlo ante Dios era un acto basado en un MEMORIAL del pacto. El sacerdote al presentar el animal ante Dios, le estaba diciendo: “Dios, recuerda tu pacto. Tú prometiste en la ley del pacto, que si hacíamos esto nos darías esto otro”.
Y luego del sacrificio se comía la comida de ese Shabat (celebración del sábado) haciendo memoria de lo sacrificado. Al comer esa comida cada uno participaba de los beneficios conseguidos en el sacrificio.
Por esto 1 Corintios 10:18 dice:
“Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar?”.
Esto también estaba en el contexto cultural pagano (1 Corintios 10:25-28). Al sacrificar animales a sus dioses, cuando después participaban en forma de comida de lo que había sido sacrificado, ellos tenían comunión, participación de los beneficios del sacrificio.
1 Corintios 10:20,21:
“20 Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios.
21 No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios”.
Pablo está diciendo que lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios, y al comer de lo sacrificado, ellos tenían comunión con los demonios a los que les habían sacrificado. E insta a los cristianos a dejar esas comidas de comunión con demonios para participar de la celebración de la Comunión porque ahí nos hacemos partícipes del Señor.
Al “hacer esto en memoria de” Jesús (Lucas 22:19), "el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento" (Juan Damasceno - "Expositio Fidei". 86); "ofreciendo y dando a todos los que toman parte en este espiritual banquete la realidad en él significada, aunque solamente los fieles la reciben con fruto, puesto que abrazan tan inmensa gracia del Señor con verdadera fe y grande gratitud" (Juan Calvino - "Institución". IV,XVII, 10).
El Espíritu Santo podría obrar sin los Sacramentos, pero es Dios quien lo determinó así, para que cada uno “busque a Dios en el camino que ÉL ha ordenado, esperando que le encuentre allí, porque se lo ha prometido... De esta manera el Autor de toda gracia, es quien comunica a nuestras almas toda bendición por estos medios. (Por lo que) todo aquél que desee crecer en la gracia de Dios, deberá esperarlo (entre otras cosas) participando de la Cena del Señor” (John Wesley - ”Los Medios de Gracia” de 1740).
En la Comunión la congregación proclama, mientras nos hacemos uno con lo proclamado (1 Corintios 10:20,21), y se nos aplica lo que Jesús ya logró. Debido a todo esto, Ignacio, obispo de Antioquía y discípulo directo de Juan, escribió alrededor del año 110 d.C.: "partiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, y alimento para vivir en Jesucristo por siempre" ("Carta a los Efesios". XX,2).
De esta manera, la efectividad de la Santa Cena no está en la magia de las palabras repetidas, ni en el pan y el vino en sí, ni en la piedad de quien la preside. Está en el acto Memorial que repite lo que Jesús nos mandó a repetir mientras cada cristiano aplica su fe en lo que Cristo ganó por él.
Mientras nosotros repetimos lo visible, Dios hace lo invisible.
El traer delante de Dios la memoria del sacrificio de Cristo a través de aquello que Cristo instituyó repitiendo sus palabras. Así aplica lo que es. Jesús dijo: "Esto es mi cuerpo", "esto es mi sangre". Presentamos este Memorial delante de Dios y pedimos, y por la fe se nos aplica por la virtud de lo presentado.
Martín Lutero explicó: “Es como si dijera yo doy esto y a la vez ordeno que lo coman y lo beban, a fin de que lo puedan aceptar y disfrutar. Quien tal cosa escuche creyendo que es verdad, ya lo posee. El tesoro ha sido abierto y colocado delante de la puerta de cada hombre; aún más, encima de la mesa. Pero es menester que tú te apropies de él y lo consideres con certeza como aquello que las palabras te dan" (”Catecismo Mayor”. El Sacramento del Altar).
Es necesario creer que cuando dice "Esto es mi cuerpo", "esto es mi sangre", verdaderamente participamos de los beneficios de ese cuerpo y esa sangre dados por nosotros.
Así, al participar de la Cena del Señor participamos del sacrificio de Cristo hecho una vez y para siempre.
¿PERDÓN DE PECADOS?
Ahora, si Cristo se nos da en la Comunión, y así recibo lo que ÉL ganó para mí, entonces también recibo perdón al participar de su cuerpo y sangre.
Cuando uno entiende eso, instantáneamente viene la pregunta: “Si peco, y le pido perdón a Dios, ¿Dios me perdona cuando le pido perdón, o recién me perdona cuando participo de la Cena del Señor?”.
Para responder esto no hay que olvidar que el perdón de pecados no es apenas una transacción o la inserción de la moneda correcta en una máquina que otorga perdón. Si en algún momento actúas mal, y le pides perdón a Dios mediante tu fe en Jesús, el perdón de Dios está disponible para ti instantáneamente. La justificación en Cristo no es solo para el comienzo de nuestro caminar cristiano sino para toda la vida. Pedimos perdón a Dios en Cristo y, en cuanto a la culpa, podemos creer como el primer día, que “justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). No hay nada que podamos hacer o decir para conseguir el perdón de Dios, “donde hay remisión de (pecados), no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10:18). Nos arrepentimos delante de Dios, creemos en que Jesús pagó por nuestro pecado, y “el que cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5). Si tu fe es genuina, Dios responde “sí y amén” a tu pedido de perdón (2 Corintios 1:20).
Pero no lo olvides, se trata de una relación. El caminar con Dios es una relación que avanza o se deteriora. No es apenas la inserción de la moneda correcta en una máquina o una transacción con la que dejamos tranquilo a Dios, ni solo una cuestión de deuda. Es una relación genuina entre Dios y nosotros. Efesios 4:30 dice que en el pecado contristamos al Espíritu de Dios, es decir que en la relación con Dios, como con toda relación, hay niveles de acercamiento y alejamiento. Así, Jesús, en Apocalipsis 3:19 dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Hay un proceso de santificación y hay un llamado a no solo pedir perdón como quien pone una moneda en la maquina correcta, sino a arrepentirse.
Por eso también Santiago 4:8,9 nos dice: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros (en la relación con Dios, como con toda relación, hay niveles de acercamiento y alejamiento). Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones (acá no se trata de conseguir el perdón del pecado ante Dios, sino de purificar el corazón de las consecuencias que el pecado dejó en el corazón). Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza (en ese proceso de arrepentimiento, contrición, humillación y oración hay transformación y acercamiento hacia Dios)”. Por esto 2 Corintios 7:10 dice que “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento”. No se refiere a que apenas se consiga un remordimiento de lo que se hizo mal, sino que a través de todo esto se avance en la conversión hacia la relación íntima con Dios. La justificación en Cristo siempre está en la misma posición, pero la santificación varía.
Es en esta relación genuina, viva, constante, de acercamiento o alejamiento de Dios, que participa la Comunión.
No se trata de algo como: “Pero, si yo le pedí perdón a Dios en Cristo, ya me perdonó. ¿Para qué necesito la Cena del Señor?”.
No lo olvides, se trata de una relación. El caminar con Dios es una relación que avanza o se deteriora. No es apenas la inserción de la moneda correcta en una máquina o una transacción con la que dejamos tranquilo a Dios, ni solo una cuestión de deuda.
Luego de que le has pedido perdón a Dios, la participación de la Comunión es el avance de ese acercarte a Dios, y a su vez el avance de esa manifestación de la gracia de Dios hacia ti como hijo de Dios.
Así es como explicó Martín Lutero: "Se te da en el Sacramento perdón de pecados, vida y salvación; porque donde hay perdón de pecados, hay también vida y salvación" (”Catecismo Menor”. El Sacramento del Altar). NO que solo recibes estas cosas a través de la Comunión, sino que es el avance de estas cosas y profundización de forma real y concreta, de la misma manera que el pecado es el deterioro de esa misma relación.
Claro, el corazón duro que solo tiene ritualismo quiere saber qué debe hacer para que su conciencia no lo perturbe más. El que ama a Dios quiere progresar en su relación con Dios, quiere vivir en intimidad con ÉL y agradarle en su diario vivir.
CELEBRACIÓN SANTA
Otro punto importante acerca de la Comunión es que el sacrificio de Cristo hecho una vez para siempre no puede ser contaminado ni santificado, ya fue perfecto y recibido como tal por el Padre. Lo que debe ser hecho digna y devotamente es el Memorial de este sacrificio (1 Corintios 11:27). Lo que nosotros hacemos en memoria de Cristo cada vez que participamos. No solo debemos mirar cómo participamos de la Comunión en general como congregación, sino también cómo cada uno participa de la Comunión.
Si los sacrificios del Antiguo Pacto por la culpa, siendo un pacto inferior al nuevo (Hebreos 8:6), fueron llamados “cosa muy santa” (Levítico 7:1), y el participar en el comer esos sacrificios también fueron llamados así (Levítico 7:6), y la Pascua fue denominada “fiesta solemne” (Éxodo 12:14) y “santa convocación” (Éxodo 12:16); ¿cuánto más debería ser considerado de este modo el sacrificio del Señor mismo en la cruz, y la participación de la mesa del Señor?
Por esto en el siglo IV, Juan Crisóstomo dijo: "Piensa bien cuán grandísimo honor se te ha hecho, de qué mesa disfrutas. A quien los ángeles se acercan con respeto y ni se atreven a mirar por el resplandor que despide, ese es nuestro alimento, con ÉL nos unimos nosotros, y nos hacemos un mismo cuerpo y una misma carne" (Homilía 82, sobre el evangelio de Mateo).
Así, para que los participantes reciban dignamente la Cena del Señor, es necesario que estén bautizados, y que hagan un examen del conocimiento que tienen para discernir el cuerpo del Señor, de su fe, de su arrepentimiento, de su amor y su nueva obediencia; poniéndose a cuentas con el que los llamó a "ser santos en toda su manera de vivir” (1 Pedro 1:15), confesando sus pecados (1 Juan 1:8-10) y solucionando cualquier conflicto con otro hermano (1 Corintios 11:17-19; Mateo 5:21-26); no sea que, recibiendo indignamente la ordenanza, no solo no reciba ningún bien de él, sino que así como el que participaba indignamente en la Pascua debía ser “cortado de Israel” (Éxodo 12:15-19), ahora alguien coma y beba juicio, asociándose con el crimen contra Jesús y teniendo que responder por él:
1 Corintios 11:27-31:
“27 De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.
29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.
30 Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.
31 Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados”.
Relacionado con esto podemos decir que una persona que no se bautiza ni participa de la Comunión en una congregación cristiana, a menos que se vea imposibilitada por alguna razón, está pecando delante de Aquel que le ordenó hacerlo. Por esto el Catecismo Anglicano de 1662 afirma que los Sacramentos son “generalmente necesarios para la salvación”. El Catecismo de Ginebra de 1545, escrito por Juan Calvino, advierte: “Si alguien arrogantemente, por su propia voluntad, se abstiene de usar los Sacramentos, como si no tuviera necesidad de ellos, desprecia a Cristo, rechaza su gracia y apaga el Espíritu” (Q315), ya que fue Jesús mismo quien nos ordenó: “haced esto en memoria de mí”.
Y relacionado con el temor de Dios en la participación del cuerpo y sangre del Señor, debemos tener en cuenta el respeto por los elementos. Un extremo de esto es la idolatría de los elementos con la que la iglesia Romana le rinde literalmente culto y adoración a la hostia que dan en lugar de pan. Lo cual jamás nos ordenó el Señor y es pura superstición.
Otro extremo es el menosprecio de todos los elementos en la Comunión, haciéndole perder todo su simbolismo y destruyendo todo valor como simbolismo.
Jesús no nos dijo exactamente cómo celebrar la Comunión. No nos dijo qué copa usar, si debemos recibir el pan y el vino sentados, parados o arrodillados, no nos dijo si debemos usar pan con levadura o sin levadura, no nos dijo qué canciones cantar antes o después, si dar gracias por el pan y el vino en una mesa de vidrio o un altar de madera. Y así hay muchas cosas que no están dichas. En lo práctico, lo que sabemos es que debemos celebrar la Comunión y que Jesús compartió el pan y el vino.
Pero, está claro que el respeto a los elementos visibles que usamos en la Comunión nos ayudan a respetar al Dios invisible que participa en la Comunión.
Sencillamente podemos comprender que el anillo de bodas no es nuestro cónyuge, pero si en un momento tiramos al piso nuestro anillo y lo pisamos, nuestro cónyuge se va a enojar. ¿Por qué? Porque ese anillo simboliza algo muy importante. La actitud de respeto o de falta de respeto que tenemos con el anillo, nuestro cónyuge, con razón, lo tomará como algo personal.
Así, de una forma práctica, no como una obligación ordenada por el Señor, sino como una forma práctica para ayudarnos como simbolismo a entender el momento sagrado que vivimos en la Comunión, tomamos con mucho respeto los elementos visibles.
Nuestro respeto a los elementos visibles de la Comunión son expresiones visibles de nuestro respeto a Dios. Hacemos algo visible como señal ante Dios de respeto, como cuando Jesús “se postró sobre su rostro” ante su Padre (Mateo 26:39). El postrarse no hace en sí mismo que Dios nos escuche más, pero es una señal visible de nuestro respeto o reverencia a ÉL.
Lo mismo pasa cuando el Salmo 134:2 dice: “Alzad vuestras manos al santuario”. Levantar las manos en adoración no hace que Dios nos ame más, pero es un símbolo, una señal de respeto, reverencia.
Así de la misma manera la eficacia del símbolo depende del respeto con el que lo tratamos. El símbolo debe ser un medio que promueva en nosotros la reverencia a Dios.
Si menospreciamos el símbolo el símbolo no sirve de nada.
Para que el símbolo nos recuerde el respeto y reverencia que le debemos a Dios, lo necesitamos tratar con respeto mientras celebramos la Comunión.
Así podemos decir que no ganaremos el perdón de Dios por arrodillarnos al participar del pan y el vino, no es un mandato, pero sí es una señal de reverencia a Dios como cuando Jesús se arrodilló en Getsemaní.
El respeto con el que tratamos el pan y la copa con que bebemos el vino, es un símbolo ante el Señor de cuanto respetamos su cuerpo y su sangre. Es un simbolismo.
Esto no nos puede llevar al extremo idolátrico y supersticioso de adorar el pan y darle culto, porque Jesús jamás mencionó tal delirio.
Ni tampoco nada de esto se lo podemos imponer a otros como si ellos fueran menos cristianos si lo hacen de otra manera.
ALABANZA Y COMPROMISO
Así que la Comunión es primeramente Jesús dándonos pan y vino, y haciéndonos participar así de su cuerpo y sangre y con su cuerpo y sangre, todo lo que ÉL ganó para nosotros.
Y ahí, en esa relación de amor y fe en la que Jesús se nos da en una unión sacramental, y nosotros nos damos a ÉL en respuesta. Ahí nosotros respondemos con acción de gracias, “sacrificio de alabanza" (Hebreos 13:15) y clamor, y un “presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional” (Romanos 12:1).
Un ejemplo muy gráfico de esto nos lo dio ni más i menos que el apóstol Juan.
Típico del apóstol Juan y su relato del evangelio, como sucede con muchos de los hechos importantes de Jesús, él no nos cuenta de la Última Cena. Juan en muchos casos, en vez de contar el hecho en sí, sabiendo que los hechos concretos ya habían sido contados, prefiere mostrarnos qué significan esos hechos. Así, en vez de contar la Cena del Señor la última noche antes de morir, cuenta ese momento pero elige en su lugar contar cómo Jesús lava los pies de sus discípulos en esa misma Cena (Juan 13:2-17). Y cuando va a lavarle los pies a Pedro, éste le dice que no. Por lo que Jesús le dice: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo”. A lo que Pedro responde que entonces no solo le lave los pies, sino también las manos y la cabeza”. Y contesta: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”.
De esta manera, a través de ese paralelismo podemos ver que aunque ya estamos lavados en su sangre, Jesús se nos da en la Sagrada Comunión para lavar nuestro andar cotidiano. “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”.
Y, ahí, en respuesta, nosotros nos damos amándole y amando a otros buscando imitarle a ÉL, escuchando sus palabras una vez que terminó de lavarle los pies a sus discípulos: "que como yo os he hecho, vosotros también hagáis" (Juan 13:15).
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