2 Pedro 3:9:
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.
En las anteriores secciones hemos comenzado hablando de Dios, la autoridad suprema, y luego aprendimos gracias a Génesis 3, que hubo una rebelión. Primero en los cielos, y luego, por tentación de Satanás, en la tierra.
Así Satanás desarrolló su reino y, tomando la autoridad dada por Dios al hombre, tomó dominio de la esfera humana. Pero Dios Padre primero anunció la salvación que traería (Génesis 3:15), prometió a través de sus profetas que enviaría al Salvador y Señor, y seguido a esto llamó al arrepentimiento a través de sus profetas. Hasta que llegó el Hijo de Dios prometido (1 Pedro 1:18-20) y llegó Jesús.
Así de forma rápida vimos que todos aquellos que se vuelven a Dios en arrepentimiento por su rebelión, y fe en Jesús, son recibidos en el reino de Dios, hechos hijos de Dios, y luego vimos que en la segunda venida de Jesús, estos hijos de Dios recibirán herencia junto a Jesús y reinarán con ÉL por mil años en la tierra.
En esta sección vamos a profundizar más en qué es el arrepentimiento y en la siguiente veremos qué es la fe en Jesús.
EL PECADO
El pecado al fin de cuentas es la rebelión contra Dios (Salmo 51:4) y ante Dios (Salmo 51:4), "un espíritu de lucha contra Dios a fin de jugar a ser Dios" (J.I. Packer - "Teología Concisa"), provocado por la fe que se alcanzará el bien fuera de ÉL (2 Samuel 12:10) teniendo una propia opinión de cuál es el mejor camino a seguir en la vida.
El pecado es como una plaga. Por más insignificante que parezca un pecado, es como microbio que puede causar una gran plaga.
El pecado entró al mundo después de que Dios, ni bien creado el hombre, lo bendijo (Génesis 1:28), pero, el hombre, al ser tentado por Satanás, le creyó a Satanás más que a Dios (Génesis 2:16,17), y buscó su bien fuera de Dios, incluso creyendo que podía ser igual a ÉL, proporcionándose su propia bendición (Génesis 3:1-6).
Así el hombre, como ya hablamos en secciones anteriores, perdió la comunión con Dios (Romanos 3:23), quedó bajo la autoridad del diablo (Efesios 2:1-3; Hechos 26:18), entregó su autoridad sobre la tierra a la voluntad de Satanás (1 Juan 5:19; 2 Corintios 4:4), introdujo el pecado en el mundo (Romanos 5:12), entró en el estado trágico llamado “muerte” (Romanos 5:17; Efesios 2:1), la tierra fue maldita (Génesis 3:17.19) y sujeta a la vanidad (Romanos 8:20), y a partir de allí se multiplicó la corrupción (Romanos 3:9-20) y la tragedia (Romanos 8:22,23). En este estado la persona “se siente culpable, perdida, desvalida, desesperanzada, y recorriendo el camino de la muerte” con “una vida vacía del amor de Dios y de su Espíritu Santo que da vida, controlada por cosas que no pueden traerle gozo eterno, pero que sólo llevan a la oscuridad, el sufrimiento y la condenación eterna” (Catecismo “Anglican Church North America”. Sección “Salvation” en 3 y 4).
De esta manera, ha quedado claro a través de la historia humana que el pecado es malo, y que fuera de Dios no hay ningún bien (Salmo 16:2; 73:28).
En este período de tiempo hasta la segunda venida de Jesús, Dios llama a través de la Iglesia al arrepentimiento y la fe en Jesucristo.
LLAMADO AL ARREPENTIMIENTO
Justo antes del comienzo del ministerio de Jesús, Dios envió a Juan el Bautista para “preparar el camino del Señor” (Mateo 3:3). Su mensaje era un llamado claro y urgente al arrepentimiento (Hechos 13:24):
Mateo 3:2:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”
Una vez que comenzó su ministerio el Señor mismo, anunció también el mensaje
Mateo 4:17:
“Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.
Después de que Jesús murió en la cruz para perdón de pecados (Efesios 1:7), y el Padre lo resucitó al tercer día (Efesios 1:20), para “dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hechos 5:31) y a todas las naciones (Hechos 11:18); una vez resucitado, Jesús le ordenó a su Iglesia que exhortara al arrepentimiento y la fe:
Lucas 24:46,47:
"46 y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día;
47 y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén".
Luego ascendió vivo a los cielos (Hechos 1:9), y la Iglesia obedeció la comisión desde el mismo comienzo. Pedro, el día de Pentecostés, exhortó a quienes lo oían:
Hechos 2:38:
“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados...”.
El apóstol Pablo hizo exactamente lo mismo (Hechos 26:19,20).
¡El llamado de Dios es, como leímos al principio de la sección, que “todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9)! Aunque ese arrepentimiento debe ser antes de su muerte. Ya no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte.
QUÉ ES EL ARREPENTIMIENTO
El término hebreo que mejor expresa la idea del arrepentimiento en el Antiguo Testamento es “sub”. Se utiliza mucho en los llamamientos que hacen los profetas a Israel para que se vuelvan al Señor, y consta de dos partes:
1) Sentir pesar por nuestros pecados,
2) vivir una vida distinta.
Los dos términos más importantes del Nuevo Testamento para arrepentimiento son “metanoéo”, que literalmente significa “pensar de forma diferente sobre algo, o cambiar de idea” (TDNT). Usada, por ejemplo, en las exhortaciones de Juan el Bautista (Mateo 3:2), Jesús (Mateo 4:17) y Pedro (Hechos 2:38); y “epistréfo”, traducido en Hechos 3:19 y en 1 Tesalonicenses 1:9 como “convertíos” y “convertisteis” respectivamente.
Hechos 3:19:
"Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio".
El arrepentimiento en su forma más esencial es el cambio radical de perspectiva de vida, un cambio de parecer con respecto a los caminos pasados, considerándolos malos y detestables, reconociendo el pecado en la propia vida, así sintiendo primero “tristeza según Dios” (2 Corintios 7:10), pesar delante del Dios Santo; luego creciendo en un profundo deseo de cambio, y finalmente trabajando hacia una conversión de vida, bajo la determinación de no volverlo a hacer.
Algo menor a esto es apenas el remordimiento que por ejemplo se encuentra en la vida del rey Saúl, el cual, a pesar de reconocer su pecado e incluso pedir perdón (1 Samuel 15:24), jamás cambió (1 Samuel 15-31). O una culpa sin remedio que llevó a Judas al suicidio (Mateo 27:3-10).
La persona arrepentida deja de creer que se puede encontrar el bien fuera de Dios, abandonando su rebelión, y creyendo ahora en el mensaje del evangelio de Jesucristo, cambia el rumbo de su vida sometiéndose a las normas de Dios (Romanos 12:1,2).
Así se añade a una Iglesia local (Hechos 2:443-47), en la que es bautizada en agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Hechos 2:38; Mateo 28:18-20), y es discipulada para crecer a imagen de Cristo (Efesios 4:12,13; Colosenses 1:9-11; 28,29). Creciendo en una vida en amor a Dios y su prójimo (Mateo 22:36-40).
¡Por todo esto aseguramos que no hay salvación en Cristo sin arrepentimiento!
Una persona que dice creer en Jesús, pero sigue amando el pecado, no tiene contrición, ni “se esfuerza en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1) para una conversión de vida, es una persona con una fe falsa (Santiago 2:14-26).
Solo mediante el autentico arrepentimiento de sus pecados y una genuina fe en Jesús (Hechos 17:30; 20:21) el ser humano recibe salvación (Hechos 10:43; 16:31; Romanos 9:8-13), pasa de muerte a vida (Efesios 2:1:1; 1 Juan 3:14), y es hecho hijo de Dios (Juan 1:12,13; Gálatas 3:26).
Es un antes y un después que produce sin excepción una vida de buenas obras (Efesios 2:10). No nos salvamos "por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” (Tito 3:5) pero sí PARA buenas obras (Efesios 2:8-10; Mateo 25:31-46), las cuales glorifican a Dios (Mateo 5:16; Juan 15:8; Filipenses 1:8-11).
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